Maneja tu Dolor: Guía paso a paso

Javier Picañol

Javier Picañol

Fisioterapeuta con especial interés por el Dolor, Entrenador Personal & Estudiante de Psicología

Maneja Tu Dolor - Guía Paso a Paso

Otros recursos gratuitos, como todo lo que debes saber sobre las tendinopatías, han ido muy encaminadas a un público más bien técnico. Es decir, profesionales de la salud. No obstante, con esta guía pretendo establecer una página gratuita de apoyo para todos los pacientes y consultas que recibo a diario, tanto presencialmente como digitalmente vía redes sociales.

El dolor, como ya sabrán muchos, se halla en constante cambio y la manera que tenemos de entenderlo hoy en día dista mucho de lo que pensábamos siglos atrás. Cuanta más complejidad descubrimos, nuevos horizontes, en cuanto a lo que debemos y NO debemos hacer, se nos abren. Espero que disfrutes la guía. Y recuerda poner en práctica y tener en cuenta todos los nuevos conocimientos que adquieras: ¡El aprendizaje va más allá y precisa de exposición y experimentación!

Por cierto, gran parte de lo que verás aquí es una traducción y adaptación del trabajo de @Honest_physio y todos sus colaboradores. Una guía para el manejo del dolor que solo se encuentra en habla inglesa. Espero que disfrutéis de mi adaptación en lengua castellana 🙂

Índice de la Guía

¿Qué es el dolor?

¿Puedes imaginarte una vida sin dolor?

Para alguien con dolor persistente que convive con él desde hace años, puede parecer una idealización espléndida el hecho de visualizar una vida sin experimentación de dolor. Curiosamente, esto existe en ciertas condiciones genéticas como la «Insensibilidad congénita al dolor». Estas personas pueden meter la mano en una olla literalmente ardiendo o someterse a una cirugía sin la necesidad de anestesia ya que su cuerpo es incapaz de producir señales de dolor. A priori, puede parecer un poder sobrehumano, pero el no padecer dolor conlleva más riesgos que beneficios. Sin dolor seríamos capaces de cometer barbaridades auto-destructivas. Debemos tener en cuenta que el dolor es uno de nuestros mejores aliados: un mecanismo protectivo de nuestro cuerpo que nos desalenta de aquellas cosas que nos pueden hacer daño. 

La piedra en tu zapato

Párate un momento. Nos encontramos paseando frente al inmenso mar azul, observando un rítmico oleaje acompañados de una ligera brisa marina que nos refresca en este día caluroso 15 de Julio. De repente, empiezas a experimentar una sensación desagradable a cada paso que das. Un ligero pinchacito se produce en tu planta del pie subiendo hasta la altura del tobillo. Zancada a zancada, la intensidad del pinchazo no cesa de subir. 

Cuando te quitas el zapato para ver que está ocurriendo, encuentras una pequeña piedrecita que se había metido mientras caminabas. Una vez extraída, vuelves a calzarte y retomas tu paseo. El pinchazo se fue y no hay signo alguno de daño alguno en tu pie. ¿Que ha ocurrido en esta situación? 

El dolor, esa experiencia desagradable, se produjo como una señal motivadora para que hagas algo, tomes una cierta conducta que alivie ese malestar. Un claro ejemplo de como nuestro organismo nos ayuda a protegernos: ¡Eh, está ocurriendo algo. Ves a mirar y ponle solución! 

Sin embargo, debemos observar un pequeño detalle. El dolor te protege pero… ¡No es un indicador fiable del daño! De hecho, quitamos la piedra pero al pie no le pasaba absolutamente nada. Estaba sano y salvo sin ningún rasguño. Este pequeño inciso parece un detalle sin importancia alguna, pero puede llegar a cambiar el paradigma de lo que entendemos por dolor hoy en día. 

"Aprender sobre el dolor puede ayudar a promover nuevos hábitos saludables"
Matt del Brocco
@Honest_Physio

¿Cuál es la definición de dolor?

Como bien decía en la introducción, el concepto de dolor ha ido cambiando con el transcurso del tiempo a medida que se nos hacía posible entender su naturaleza. La Asociación del Dolor (IASP), en su última actualización de 2020, lo define hoy como…

El dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada a una lesión real o potencial o descrita en los términos de dicha lesión

International Association for the Study of Pain (IASP)

 

Esta definición es, en cierto modo, esperanzadora si hacemos hincapié que dolor no implica necesariamente daño. Puedes padecer de dolor con daño, puedes NO padecer dolor con muchísimo daño en el tejido y puedes padecer un dolor altamente intenso con un daño más bien mínimo. Una definición que refleja la complejidad del dolor y por los muchos factores que pueden estar influyendo en esta experiencia desagradable más allá del mero daño en el tejido. Todas las áreas de nuestra vida actúan de manera integrada, interactuando de manera constante. Por ello, el dolor persistente no está exento de las emociones, los pensamientos, las creencias, las sensaciones o los aspectos sociales que tienen un papel fundamental en el dolor. 

Desde una visión más profesional y técnica, llamamos a esta perspectiva como el modelo biopsicosocial del dolor. Una conceptualización que nos explica que TODAS las áreas de nuestra vida pueden estar influyendo en la experiencia dolorosa. Cuando abrimos la mente y los horizontes hacia una visión biopsicosocial, se nos abren una inmensidad de puertas para tratar y explicar el dolor. Como ya hemos dicho, el fin del dolor es hacerte tomar una conducta que te proteja. Una alarma que evita un peligro como ocurre en el banco ante la presencia de un ladrón.

En muchas lesiones agudas, como por ejemplo un golpe o una caída, el dolor es excepcionalmente útil ya que lo único que pretende es evitar que andes y corras con una pierna rota. El problema de los dolores persistentes, reside cuando esta alarma hace presencia una vez ya resuelto el problema. Imagínate un banco con la alarma saltando día tras día por que un día en concreto sufrieron un atraco. Esa alarma, en algún momento, perdió su funcionalidad: se está activando cuando viene una persona normal y corriente. Algo está pasando. 

Por otro lado, es importante destacar que el dolor no indica gravedad del daño. Una alarma de incendio no nos dice mucho acerca de la cantidad de humo. La realidad es que esta alarma de incendio se puede encender sin ni si quiera la presencia de fuego. ¡Lo mismo ocurre con el organismo humano! La relación entre el dolor y lo que ocurre en nuestros tejidos es más bien floja.

 

¿Cómo funciona el dolor?

Cuando te lesionas o sufres de algún tipo de problema agudo, el dolor inicial ayuda a que cambies la conducta de cara a evitar males mayores. Sin el dolor agudo, una persona podría estar autoinflingirse daño sin cesar. Podría seguir corriendo y corriendo con un esguince de tobillo o abrirse una herida que se encontraba en proceso de curación. Cuando sufrimos de estos problemas agudos, por ejemplo caernos al suelo, nuestros nervios que transmiten muchísima información al cerebro, a partir de los receptores, captan estos nuevos problemas y dan presencia de ello: «Oye te acabas de dar un golpe en la pierna, ve con cuidado y no la maltrates demasiado». Sin embargo, esta información no viaja de manera unidireccional sino que hay caminos también a la inversa. Tenemos rutas para informar de todo lo que sucede, en aras de la supervivencia, hacia todas las direcciones. 

Por ello, esta información que recibimos es en parte inherte hasta que nuestro cerebro no decide actuar. Un órgano con miles de células nerviosas que son capaces de entender, comprender y procesar esta información que vino del exterior, el impacto contra el suelo de la caída para producir una interpretación a partir de ello. Este punto es clave de entender: la caída no significa dolor. El dolor proviene de la interpretación del cerebro sobre lo ocurro, decidiendo él en última instancia si es realmente necesario encender la alarma o no. Por tanto el proceso que normalmente vivimos es el siguiente:

    1. Nos caemos y todos nuestros nervios periféricos mandan señales de… «Oye, algo ha ocurrido»
    2. La nueva información de los nervios llega al cerebro.
    3. El cerebro recibe, procesa y comprende la información.
    4. El cerebro interpreta lo sucedido y decide… «Ey, esto, según el contexto actual, debe doler. Ves con cuidado»

Antes de que el cerebro concluya con el dolor, debe combinar toda la información disponible de cara a intentar realizar una interpretación lo más certera posible. Los nervios del exterior simplemente avisaron de qué algo estaba pasando y el cerebro se encarga de ponerlo todo en una balanza, incluyendo todos los aspectos intermediarios que puedan influir: carga de trabajo, estrés psicológico, ansiedad, factores culturales, memorias, aprendizajes pasados, creencias, pensamientos… Solo y solamente después de ponerlo todo en una balanza, el cerebro decidirá o no decidirá emitir el dolor. Todo lo que comento en esta guía, aunque puede parecer un proceso muy esquematizado paso a paso, ocurre realmente rápido. Incluso… ¡Muchos de los procesos comentados, se llevan a cabo en paralelo antes que de manera secuencial!

El dolor es una… ALARMA

El dolor, para entenderlo de una mejor y fácil manera, podemos conceptualizarlo como si de una alarma de fuego se tratase. Aunque la alarma estuviese activada, el fuego podría estar al como no podría estarlo. Al igual que la intensidad con la que suena la alarma tendría que ver más bien poco con la cantidad o la severidad del posible problema presente. De hecho, como bien digo, podría ser un paso en falso que se activó por otras causas. Con el dolor pasa exactamente lo mismo, unos lo experimentan más que otros y los tipos de dolor pueden ser muy distintos. Cuando este dolor persiste en el tiempo, la sensibilidad de la alarma aumenta y salta con más facilidad por simple precaución. Imagina en un lugar donde los incendios se dan con una alta frecuencia. Es mucho más probable exaltarse ante el simple olor a quemado. Ahora bien, si ocurre en tu barrio… lo más seguro es que contextualices el olor y pienses que es el vecino preparando una barbacoa.  

El dolor como el incendio suelen ser muy impredecibles. Puedes levantar una caja del suelo 100 veces sin problema que tal vez la 101, sin causa aparente, duele. El dolor también puede comenzar sin padecer lesión alguna, cómo al oficinista que lleva 15 años trabajando y de repente empieza a sufrir de dolor de cuello. Como bien decía, esto acaba ocurriendo por una amenaza percibida por parte  del cerebro que nos avisa de que algo debe cambiar. Pero… ¿El qué?

La experiencia dolorosa y la posible causa que interpretamos queda grabada en nuestra memoria de cara a intentar evitar episodios futuros. Achacamos el principio de causalidad a lo más lógico y plausible, por ejemplo, la postura. Sin embargo, el dolor, con mucha frecuencia, es más complejo de lo que parece y es mucho más confuso de lo que al principio pensamos. Corregimos la postura y persiste. Compramos una almohada nueva y no nos abandona. Adquirimos un colchón con un esfuerzo en vano. Esto es debido a que, la mayor parte de veces, no somos capaces de identificar el origen concreto del problema. 

Es un cambio de paradigma cuando los especialistas en dolor avisan de que cualquier información que convence a tus interpretaciones que necesitas protección contribuye a tu dolor por un aumento del miedo y la evitación innecesaria. Sí, la protección puede ser lógica en momentos agudos. Uno no va a salir a correr con el tobillo torcido. Pero, en procesos persistentes, es totalmente ilógico. Por ejemplo, no es extraño ver personas que acuden al collarín con dolor de cuello crónico para mantener la postura ideal durante todo el día.  

Por tanto, el dolor es más la sensibilidad al daño que el daño en sí mismo. Y aunque el daño es un factor importante, no es el único a tener en cuenta. Tus alarmas, tu sistema nervioso, puede sensibilizarse y este proceso puede provenir de muchas varias maneras: depresión, ansiedad, rumiación constante, miedo al movimiento, falta de control, pérdida de significado, soledad, carencia de estrategias de manejo entre muchos otros factores.

¿Dolor agudo o dolor persistente?

¿Cuál es la diferencia?

Aunque a priorio los dolores aparentan ser totalmente idénticos, son procesos realmente diferentes. El dolor agudo suele estar y tiende estar asociado con más probabilidad al daño en el tejido. El ejemplo más claro es una común torcedura de tobillo: el hinchazón y las molestias se relacionan directamente con lo ocurrido en la articulación. Este tipo de dolor suele aliviarse y reducirse con relativa facilidad cuando la parte del cuerpo afectada acaba por sanar, es decir, cuando ya deja de precisar de una protección más acentuada. 

Por otro lado, el dolor más persistente y crónico suele durar más que el agudo. Aún así, no es el lapso temporal lo que le caracteriza sino la falta de carácter adaptativo. En otras palabras, no nos está siendo útil por que el tejido que parece necesitar protección ya no se encuentra dañado. En el pasado barajábamos hipótesis acerca de la falta de curación total del tejido pero hoy en día estamos descubriendo la afectación de nuestro sistema nervioso central durante este tipo de procesos. Quedamos mas susceptibles a activar una falsa alarma por la experiencia dolorosa que hemos vivido. De hecho, es más común de lo que parece que el dolor quede perpetuado un lapso de tiempo más largo que la propia lesión. La rueda del volumen de la radio se ha quedado girada hacia la derecha causando un constante ruido que absorbe nuestras vidas.

Sin embargo, es importante entender que crónico no implica para siempre. Tenemos herramientas para girar la rueda del volumen hacia la izquierda y apagar este incesante malestar. No obstante, conllevará tiempo y esfuerzo. El ruido no desaparecerá por sí solo y necesitarás ser constante y paciente. Deberás ser persistente y resiliente. 

Los terapeutas, médicos o sanitarios te podrán guiar durante el proceso e indicarte qué hacer pero en casos de dolor persistente (y en todos los aspectos de la vida) deberás hacerte cargo de ti mismo y responsabilizarte de la situación. No dependas de que nadie te arregle desde el exterior (soluciones mágicas) por qué es altamente improbable que ocurra con éxito. 

Rebajemos el molesto alto volumen 

Como venimos diciendo, este alto volumen es totalmente comprensible al principio. El dolor se encuentra a la alza tanto en el sitio en concreto dañado como en su alrededor. Por ejemplo, si te acabas de aplastar el pie con una mesa es comprensible que te duela de manera temporal. Es lógico y adaptativo. Un volumen que bajará relativamente pronto al cabo de unas horas o como mucho unos días. Sin embargo, lo que llamamos dolor persistente es una modificación en nuestra susceptibilidad a activar el dolor. Es decir, una sensibilidad adicional que aunque nuestro tejido este sano y salvo, el dolor sigue presente. 

Los nervios actúan como mensajeros enviando información por todo el cuerpo. Pero es una confusión pensar que solamente hacer esto. De hecho, son estructuras sujetas a constante cambio y adaptación dependiendo del entorno, el contexto y nuestro comportamiento (entre muchísimos más factores). Por tanto, no iba a ser menos, esta sensibilidad a activar el dolor de la que estamos hablando NO cesa de modificarse constantemente como si la rueda del volumen de la radio se tratase. Si lo considera conveniente sube el volumen. Si observa que es mejor no sentir nada: es capaz incluso de reducirlo por completo. 

En cuanto a lo que nos incumbe, un sistema nervioso «sensibilizado» (término algo reduccionista), es capaz de experimentar dolor con la mayor parte de tareas del día a día como pudiera ser caminar, doblar la espalda o rotar/girar el tronco. Aún más si los movimientos son impredecibles o bruscos. Incluso el mero hecho de pensar o visualizar ese movimiento o actividad puede acabar elicitando el dolor. ¿Por qué ocurre esto y qué puede estar causándolo? 

Conexiones y memoria 

Nuestro cerebro, aún siendo uno, está compuesto por varias áreas donde cada una parece tener una tendencia a funciones algo más concretas. Todas estas áreas se hallan interconectadas unas a las otras y trabajan como un verdadero equipo ultra compenetrado. Incluso aquellas partes relacionadas con el olor, el movimiento o las emociones pueden formar conexiones muy intensas. De hecho, todos sabemos la gran capacidad que tienen los olores o la música de evocar emociones. Probablemente, escuchar ciertas canciones te puedan trasladar a tu juventud, a la mejor cita que tuviste con tu pareja o a una fiesta en particular de hace 35 años. Si estas asociaciones son lo suficientemente fuerte, se despierta y se evoca el recuerdo con enorme vivacidad. 
 
Siguiendo esta misma línea, cuando alguien con dolor repite un movimiento concreto o una actividad de manera regular, el cerebro crea patrones y conexiones en cuanto a esta información. Si este movimiento es doloroso el tiempo suficiente, el cerebro irá creando y reforzando una conexión entre movimiento y dolor. Nuestra cabeza rellena los huecos vacíos hasta el punto que el movimiento puede tener el suficiente impacto como para activar el dolor al igual que ocurre con aquella canción que nos traslada a un escenario en concreto. Este patrón nos deja en una posición más susceptible de cara a activar el dolor. 
 
Una vez «sensibilizados» lo suficiente, ese movimiento particular es lo único que necesitamos. Tal vez nuestro tejido está más que curado pero esa tarea en concreto sigue doliendo. A raíz de estas adaptaciones y patrones, cada vez tomamos conductas más evitativas por miedo al dolor o por miedo a empeorar el tejido. Estas conductas evitativas son capaces, aún más, de fortalecer las conexiones que se crearon entre movimiento-dolor. Es decir, dejar de hacer ese movimiento esta agravando aún más tu susceptibilidad a padecer dolor. 

Historias que marcan y la importancia del contexto

Un clavo a través del zapato

Un obrero de 29  vivió un accidente en una obra por el cual tuvo que asistir a emergencias del hospital local ya que un clavo enorme de 15cm se le había caído de la construcción en la que trabajaba en la bota que calzaba. Este chico tuvo que ser medicado con un analgésico (Fentanyl) por todo el dolor que estaba padeciendo debido a lo ocurrido. Durante el trato con los doctores, cada vez que intentaban mover ligeramente el clavo para poder extraerlo, gritaba de agonía por el dolor que estaba sufriendo.
 
Finalmente, tuvieron que sedarlo para proceder con la extracción. Los doctores pudieron hacerlo con éxito y sin problemas. Traccionaron el clavo que se encontraba en la bota y después se la quitaron para poder limpiar la herida y desinfectarla de cara a evitar cualquier consecuencia negativa.
 
Lo increíblemente curisoso apareció en ese mismo instante donde observaron que el pie no había sufrido en absoluto. No había sangre, no había ninguna punción, no había ningún signo de penetración a través de la piel. Aquél clavo había travesado entre los dedos del pie y no había padecido de ninguna lesión en absoluto. Sin embargo… sufrió de un dolor insoportable.
 

¿Por qué es relevante esta historia de cara al dolor?

Nos ejemplifica como el dolor es un marcador fiable del daño en el tejido. Hay una pobre correlación entre su intensidad y el daño real. Es un caso que nos recuerda la importancia de la percepción dentro de la experiencia dolorosa y como las señales de alarma se pueden activar aunque no esté pasando nada. Solo necesitamos que el cerebro interprete señales de amenaza mucho más grandes que las de seguridad. No obstante, esto no excluye el padecimiento real. Que no haya daño, no significa que no haya dolor. Simplemente son cosas distintas.

Color rojo, color azul

Antes de seguir leyendo, tomate unos pocos segundos para responder las siguientes preguntas: ¿Qué se te viene a la mente cuándo piensas en el color rojo? ¿Qué se te viene a la mente en caso de pensar en el color azul?

De manera frecuente solemos asociar el rojo con aspectos como el calor, el peligro o la agresión. A contrapartida, con el azul se nos aparecen tendencias a la calma, paz y seguridad. Sería muy inusual ver una señal de color azul y verde con un mensaje de «peligro esto quema muchísimo». Los colores suelen dar un contexto a la situación y facilita la comprensión únicamente con su percepción. Algo parecido ocurre con el dolor y ahora te explicaré un ejemplo donde se demuestra. 

En un experimento se presentó una pieza de metal muy muy fría en las manos de los participantes del estudio y después les pedían que valorasen la intensidad del dolor. Los investigadores, sin decirles nada en absoluto, procedían a presionar una luz en el mismo momento en el que el metal tocaba sus pieles. En la primera ocasión se presentaba el tacto del frío metal con una luz azul. En la siguiente ocasión se presentaba el mismo material pero con una luz roja. De nuevo, no se decía nada acerca de ello. Simplemente valoraban la respuesta dolorosa en ambas ocasiones pero con una luz distinta que ellos no relacionaban en absoluto con el experimento. 

Se observó que aún siendo el mismo metal en ambas ocasiones, los participantes experimentaban y reportaban mayor dolor cuando el color rojo era emitido. La temperatura del metal era siempre la misma. Los participantes eran los mismos en todas las ocasiones. Sin embargo… la experiencia de dolor variaba según la luz emitida sin que ellos lo supiesen. 

¿Por qué es relevante esto que cuento de cara al dolor?

El contexto es importante. Si una mera luz puede ser capaz de estar influyendo en la intensidad de la experiencia dolora… ¿Cuántos factores pueden estar siendo influyentes en lo que sentimos? La luz es una analogía de todo lo que nos podemos encontrar en nuestro día a día. ¿Cuál es nuestro auto-diálogo con nosotros mismos? ¿Cómo son nuestras creencias? ¿En qué contexto laboral nos encontramos?¿Qué nivel de autoestima y autoeficacia poseemos?

Creencias

¿Por qué las creencias son importantes? 

Vivir con dolor persistente durante mucho tiempo es altamente frustrante y ello conlleva y pasa por acudir a decenas de sanitarios diferentes: osteópatas, fisioterapeutas, traumatólogos, médicos de cabecera, terapeutas «alternativos» y un largo etcétera. Aún más importante y frustrante es, cuando cada uno de ellos te presenta diferentes explicaciones que razonan tu problema y tu dolor. De manera frecuente, este dolor también implica someterse a multitud de tests diagnósticos para intentar descubrir el origen de lo que ocurre. Dado todas las incoherencias e incogruencias que se encuentran entre tantas explicaciones diversas… lo único que aumenta es la desesperación y la desconfianza de la persona. Aún haberse sometido a muchos tratamientos y muchos enfoques distintos: el dolor persiste. La desilusión y la falta de esperanza cada vez es más grande y, en la misma medida, la medicación y la exposición a sus consecuencias cada vez es más alta. 

Este trayecto de sufrimiento por el cual uno pasa deja un resquemor interior que concluye con un: «Nadie me puede ayudar, nadie tiene la solución a mi problema». En el intento de reducir todo lo que padecemos, dejamos de hacer todas aquellas actividades que parecen causar dolor incluido, muchas veces, el mismo trabajo de la persona. De igual forma, abandonamos muchos de esos hobbies que implican felicidad y dan sentido a nuestra vida tornando la situación cada vez más insoportable. 

Durante este viaje también se desarrollan multitud de creencias basadas alrededor de todo lo vivido, el conocimiento que poseemos, las actividades que realizamos, lo que vemos y todo lo escuchado de la familia, el sistema sanitario, google y los medios. Todas estas creencias que parten de muchísimos otros factores pueden influir en el contexto doloroso facilitando (o no) su experiencia al igual que ocurría con la luz roja o azul ya mencionada. 

Aprendiendo de los Reyes Magos  

No nos solemos dar cuenta pero nuestras creencias moldean nuestras conductas, nuestras acciones. Sin irnos más lejos, visualiza por un momento cuando creías que los reyes magos existían. Era totalmente lógico: nuestros padres lo decían, la televisión hablaba de ellos e incluso los íbamos a ver el día 5. ¡’Todas nuestras figuras de autoridad del momento nos confirmaban su existencia! No había razón alguna por la cual creer que no eran reales.

A raíz de esta creencia, conjunto el cauce popular, escribíamos cartas a los reyes, les poníamos un vasito de leche con galletas en la terraza e incluso nos intentábamos portar mejor durante esos días para que fueran bondadosos con nosotros mismos. Y pensarás… ¿Qué tiene que ver esto con el dolor? Mucho. 

Con el mismo patrón funcionamos en los demás aspectos de la vida. Actuamos según creencias. Creencias sobre nosotros mismos o nuestro alrededor. Muchas veces, creencias que son totalmente irracionales. Dentro del campo que nos incumbe, si nos han hecho creer durante toda la vida que dolor es igual a daño, que la postura es la causa de todos los males y que debes pasar por una resonancia magnética «por si acaso»… nuestras conductas serán coherentes con tales afirmaciones. ¿Ahora bien los reyes magos eran ciertos? En la misma línea… ¿Se puede afirmar con contundencia que tus creencias son totalmente ciertas?

La vocecilla de nuestro Loro Parlanchín 

Imagina por un momento que te regalan un loro parlanchín que, a priori, parece muy sabio por que receta todo tipo de versos y mitos populares. Sin embargo, si profundizas en él… empiezas a inducir que dice cosas sin una comprensión clara de lo que habla. 

Este Loro, por casualidad, le encanta charlar acerca del dolor entre otros. Su voz resalta en tu mente a cada acto que realizas, cada reunión, cada quedada, cada trayecto. No cesa de comentar y repetir todo lo que otras personas han mencionado conjunto todos los comentarios recibidos acerca de tu vida y cómo debes llevarla para estar mejor. Repite cada uno de los consejos y sabiduría popular que ha escuchado con anterioridad. Repite cada una de las chorradas que escuchó en televisión. Si le dejas a su aire, no calla en todo el día. Imagina tu pesadez de tanto escucharlo… ¿Cuánto tardarías en echar una toalla encima de su jaula, trasladarlo a otro cuarto o incluso regalarlo? 

Este Loro está en nosotros y este tipo de pensamientos que se repiten sin cesar a causa de lo escuchado por otros, puede acabar por abarcar nuestra vida en su plenitud. En ese momento podemos llegar a creer que todo lo que dice nuestro Pepito Grillo es cierto. Puede llegar el punto donde nosotros como individuos nos empezamos a identificar con el problema. En ese punto todo se torna más difícil: he dejado de ser yo, para ser un diagnóstico. Vigila muy de cerca a esos pensamientos intrusivos, esas creencias y esas etiquetas que, sin nosotros darnos cuenta, determinan nuestras acciones y pueden acabar socavando nuestra vida.

Resonancias Magnéticas: "Algo debo tener para que me duela"

La degeneración son como arrugas en nuestro interior

En proceso…